En los 80 David Viñas tituló un artículo con una afirmación explosiva: la crítica argentina tiene rostro de mujer. En el ensayo se refería a Beatriz Sarlo y Josefina Ludmer. La muerte de Sarlo supone la interpelación sobre un modo de hacer crítica que conjugaba lo académico con lo política. Desde sus primeros libros- el famoso Literatura y Sociedad escrito con Carlos Altamirano, una suerte de diccionario imprescindible de aportes a la lectura de la literatura y la cultura Sarlo aportó una enorme vitalidad al campo literario y cultural
En 1986 vino a Tucumán a dar un seminario sobre Literatura Argentina en el Centro Cultural Flavio Eugenio Virla. Todos escuchamos hechizados ante esa mujer joven, despojada de gestos acartonados, que se sentaba cómodamente sobre el escritorio mientras armaba un apasionado mapa de la narrativa argentina de las últimas décadas, acercando instrumentos nuevos y poco conocidos.
Periodista, ensayista, escritora, crítica y docente Sarlo tenía una curiosidad insaciable, sus objetos de estudios iban desde los folletines- El imperio de los sentimientos- hasta la obra de Borges- Borges, un escritor en las orillas . Colaboró con el Centro Editor de América Latina, trabajó en la cátedra de Literatura Argentina II de la UBA. Su adhesión al materialismo cultural de Raymond Williams y a las lecturas de la ciudad de Walter Benjamin formaron parte de la gran modernización que se gestó aún en plena dictadura. Allí aparecieron las traducciones de Roland Barthes, Pierre Bourdieu, Edward Said, etc. Contribuyó de modo determinante a la actualización teórica que exigía la cultura y la crítica a la salida de la dictadura. Sarlo fue una intelectual, en el sentido de Said, se centró en los estudios sobre los imaginarios argentinos, la modernidad periférica, la lectura de la vida posmoderna- Escenas de la vida posmoderna. La palabra escenas remite a miradas:” Para ver, no es suficiente con mirar- dice Sarlo- hay que preparar la mirada y, antes, reconocer el objeto, atribuirle su importancia”. Siguiendo el modelo de Walter Benjamin apela fragmentos de la vida urbana que le permiten describir los cambios en los modos de habitar. En La ciudad vista insiste sobre los paseos por Buenos Aires. En Instantáneas también trabaja las relaciones entre medios, ciudad y costumbres de fin de siglo.
Una de sus obsesiones fue la lectura del presente. Tiempo pasado y Tiempo presente se abocan a posibilidad de testimoniar. Entre sus textos más polémicos está “La pasión y la excepción” y La batalla cultural del kirchnerismo. A medida que avanzaba el tiempo su protagonismo en los medios crecía y hasta ahora se debate sobre su figura. Sus intervenciones siempre generaron polémica. Este gesto correspondía a su concepción del intelectual.
En una entrevista en La biblioteca, Sarlo se autodefine: “Soy una persona de cabotaje. En este sentido, no hago más que continuar una tradición de intelectuales argentinos. Mi cosmopolitismo es el de esos intelectuales a los que no les alcanza para ser cosmopolitas, no les alcanza para ser intelectuales fuera de los límites, fuera de Buenos Aires, o de Argentina y Brasil, digamos”. Y agrega: “Pero el cabotaje tiene una ventaja, te da la certeza de que estás muy parada en un terreno”.
Analía Gerbaudo quien aborda la cuestión de los estudios literarios en Argentina afirma que ” hay algo en la apuesta “de cabotaje” que sigue produciendo actos de enseñanza. Hay en esa decisión un gesto ético-político a contracorriente de los habitus globalizados; un modelo intelectual que sigue siendo inspirador de prácticas y que, tal vez exija, para su lectura profunda, la reinvención de la fórmula deleuziano-spinoziana: para no comprender, basta con moralizar.